16 mayo 2011

Pollas. Una reflexión.

He estado reflexionando a partir de lo que me ha dicho un compañero de trabajo mientras se suponía que estábamos trabajando.

Me hablaba de cierto excompañero suyo, muerto ya, cuyos dedos parecían pollas y, su polla, era descomunal. Y los dos nos hemos acordado de un tercer compañero todavía vivo que, según dicen, tampoco anda mal de rabo. El puto (puñetero) Manolo.

Hace un par de años (juro que es verdad) el tal Manolo perdía el conocimiento sin motivo aparente y las teorías rápidamente señalaron al corte de digestión como causa más probable de sus desmayos. Le decíamos que intentara no ponerse tontorrón hasta dos horas después de la última comida. Y nos partíamos el culo, claro. Sobretodo yo, que vivo convencido de mi genialidad.

Pero no nos entretengamos conmigo y mis múltiples cualidades y vayamos al grano:

Todo el mundo sabe quién tiene pollón, pero casi nadie tiene identificados a los pollines. Porque ya se encargan los muy hijoputas de que se sepa lo que arrastran entre pierna y pierna. Y eso, pasada la treintena, pues tira que te va. Pero ¿qué pasa durante la adolescencia?

Pues durante la adolescencia pasa que la primera polla que veían tus compañeras de clase era el pollón de Fermín, que se la sacaba con cualquier excusa. Y luego la de Amorós, que tampoco iba cojo. Y así. A Cifuentes nunca le vio la polla nadie.

(Decía que había hongos en los vestuarios. Que prefería ducharse en casa. Que estábamos locos por ducharnos allí. Que a un primo suyo le tuvieron que cortar un pie).

Aunque no despuntara en matemáticas, hasta la chica más tonta era capaz de hacer la media aritmética entre el pollón de Fermín y la señora polla de Amorós. Y, dado que no tenían más elementos de juicio, ese era más o menos el calibre que tenían en mente.

Y así, sin comerlo ni beberlo, llega un día en que por fin te toca a ti sacarla (la gaita) al ruedo. Estás nerviosillo. La borracha de turno por fin accede a tus humildes pretensiones. Y te la mira. Te la coge. Te mira a ti. La mira otra vez a ella. Y a ti otra vez. Y se le escapa una sonrisa. Y tú no sabes de qué se ríe pero a lo mejor te lo imaginas y no se te ocurre otra cosa que sonreír tú también y apretar el culo bien fuerte, a ver cuánta presión sanguínea son capaces de aguantar tus cavernosos cuerpos sin provocarte un desgarro.

Y te acuerdas de Fermín y de su putísima madre.



Nota: Fermín y el propio Enrique A. Torralba (que tan esforzadamente se dirige a ustedes) son personajes de la curiosísima novela basada en hechos reales "Lolología (el empujoncito)" que tarde o temprano caerá en manos de la humanidad para la que fue concebida.